Seguro que ahora decepciono a algún macho de mi entorno, pero una de las cosas que más valoramos en un hombre (mis amigas y yo siempre coincidimos en esto), es sentir que puede acompañarnos en cualquier circunstancia. Tanto monta una barbacoa con parientes, una cena con los directivos de la empresa o un entierro. Que sepa estar, apoyar, ya impulsarte ni te cuento. Lo sé, lo sé, somos unas frívolas interesadas que, en nuestra defensa añadiré, por descontado ofrecemos exactamente lo mismo que pedimos. En mi caso quizá aún se complique más el asunto porque pretendo que ese ‘saber estar’ se extienda a una cena de gala con zares o maharajás (que la vida me lleva a derroteros de lo más diversos), o a una danza de la lluvia. Ya si sabe negociar en un secuestro o encender fuego con dos palitos ¡es mi hombre!
Qué le voy a hacer si mi músculo favorito son las abdominales del cerebro y de entre los muchos tipos de inteligencia que los psicólogos filetean yo me quedo siempre con la capacidad de adaptarse al medio. Lo explicaba muy bien Cervantes en El Quijote: «Cuando a Roma fueres, haz como vieres».
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