Joan Amorós, un maestro en Ibiza, describía hace unos días en su cuenta de Facebook el contraste de ver subir al ferry rumbo a Valencia a una quincena de migrantes –los últimos capturados tras llegar en patera a la isla–, esposados, acompañados de una treintena de policías y, a escasos metros, centenares de turistas bajando de macrocruceros: «Brutal. Doloroso».
Para cuando escribo estas líneas un centenar de personas permanece a bordo del barco de Proactiva ‘Open Arms’ (tras varios desembarcos por emergencias médicas y quienes han optado por lanzarse al agua) y 354 en el ‘Ocean Viking’, propiedad de Médicos sin Fronteras y SOS Mediterranée. En paralelo, en el mismo período, han llegado pateras a Baleares, Canarias, Ceuta, Melilla, Valencia, Algeciras y Cartagena y la central de alertas de migrantes, Alarm Phone acaba de anunciar un naufragio con más de cien ahogados frente la costa de Libia. Son parte de los cerca de quince mil migrantes contabilizados solo en España en lo que llevamos de año y de los cerca de mil que no lo lograron.
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