La torpeza arrancó así: Arturo Pérez-Reverte publicó en su cuenta de Twitter la fotografía de una escritora ucraniana, supuestamente fallecida a manos de las tropas rusas cuando combatía como voluntaria: «Irina Tsvila, ucraniana, muerta en combate. No me la imagino diciendo todos, todas y todes. La verdad es que no. O sea, que no».
Aunque no tardó en eliminar la publicación que el mismo Académico ocupante de la letra T de la Real Academia Española, calificó de «inoportuna», hoy en día uno es tan dueño de lo que escribe, como de lo que borra y la publicación se extendió ‘como la pólvora’, entre reproches, pero también loas porque ‘alguien lo tenía que decir’.
Más o menos los mismos que compartían la noticia de la medida del Ministerio del Interior de Ucrania de prohibir salir del territorio «solamente» a hombres entre 18 y 60 años con el reclamo de «¿dónde están las feministas ahora, eh, eh, eh?». Estarán probablemente con las tripas revueltas de comprobar, una vez más, como hay quien usa hasta la más grande desgracia para dejar constancia de cuánto les molesta que salgamos de la cueva.
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