Un mes aquí encerrada y me están saliendo granos. Igual quedaría más chic decir acné, pero entre amigos de verdad no nos andamos con chorradas: granos. Me estoy poniendo francamente fea. Ya me pasó cuando llegué de mis últimos cien días en India, ¡madre mía, lo que me costó recuperar el pelo! ¡Y hasta el color carne de las plantas de los pies! Y flaca como palo de escoba, pero lo más desconcertante eran aquellos granos, como si el cuerpo quisiera regurgitarme aquí toda la polución acumulada, toda la tierra respirada allí. ¿Y ahora? ¿Qué querrá mi cuerpo ahora? ¿Sol? ¿Playa? Igual solo me está pidiendo calle. A saber. Ya hace mucho que no cuestiono a mi cuerpo más de lo necesario. Lo dejo hacer. Así que me miro al espejo y me reconozco: esta es mi cara de pandemia. También tengo que decir que se me han quedado unas uñas preciosas, qué bien les ha venido descansar de esmaltes. Y a saber por qué, pero han desaparecido mis arrugas de la frente. Si bien es cierto que llevo un mes sin discutir con nadie, pero a mí, lo que me crispa de verdad es Twitter. O eso pensaba yo. Me miro al espejo, frunzo el ceño y ahí están, las arrugas, pero en cuanto suelto y retomo mi cara de pandemia, se van y mi frente vuelve a quedar lisa como un plástico.
Seguir leyendo en Diario de Ibiza