Estas puertas han sido testigos de la «reconversión» (por supuesto, a la fuerza) de la Palma musulmana a la Palma cristiana. También muchos de los judíos que habitaban la ciudad y no lograron huir a África, se convirtieron aquí al cristianismo, para poder salvar la vida. Aquí se coronó Jaime II, rey de Mallorca, conde del Rosellón y de la Cerdaña y señor de Montpellier, y en una sola noche, más de trescientas personas murieron en las calles adyacentes en las revueltas campesinas contra la corona.
Imaginaos lo que han visto unas puertas o unas gárgolas de aspecto siniestro que las vigilan desde lo alto.
Imaginaos no ya lo que «podrían contar», sino, lo que cuentan a todo aquel que quiera escuchar. Imaginaos, tened presente el peligro que hay en la memoria a corto plazo y en todo aquel que la alimenta. En ese creer (y querer creer) que las cosas siempre fueron como las vemos ahora y, por lo tanto, son inamovibles, por lo tanto, son verdad.
No me hagáis caso. Soy solo yo, que veo unas puertas… Y me pierdo.