Escucho hablar de la ‘nueva normalidad’ y se me tuerce el gesto, lo mismo que cuando escuchaba, no hace tanto, ‘portavoza’ o –no entremos tan pronto en polémicas–, ‘futbolisto’. Si yo sé que muchos se refieren a salir sin medir distancias, claro que sí. Que para algunos, ‘normalidad’ es sinónimo de ‘terracitas’, ‘turistas’ o hasta de volver al ‘Tinder’. Pero gustándome como me gustan las palabras, oigo allá o aquí, como quien suplica al cielo que ojalá que llueva café en el campo, que venga ya, venga, va, la nueva normalidad y muda, por dentro, pero no puedo evitar preguntarme: ¿la normalidad de quién? ¿la normalidad de cuándo?
Porque estoy en esa edad de haber vivido otra crisis. La de la gripe española no, caramba, pero la del 2008 –que duró hasta que le tomó el relevo la del Covid más que menos– vaya que la viví. Un día de estos, después de los vinos, me arremango la blusa y os enseño unas cuantas cicatrices.
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