Mi casa en Palma la flanquean una pequeña panadería en una esquina que reparte olor a pan recién horneado y ensaimadas de 7 de la mañana a 10 de la noche.
En la otra, una celosía vestida de jazmines en el summum de su exhalación justo cuando la panadera está a punto de bajar la persiana.
Así se alternan los aromas que se cuelan por mi ventana y que son tan parte de esta casa como la gran fotografía en blanco y negro que tomara en el Central Park de Nueva York cuando se cumplía un año de la caída de las Torres Gemelas o los libros de Isabel Allende y García Márquez asentados por colores. Ensaimadas y jazmines; jazmines y ensaimadas. ¡Vaya oportunidad están desaprovechando los de Shiseido! De no existir ya, yo misma habría inventado la sinestesia. Macondo huele a dulce y a primavera.
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