Tengo que confesar que, para mí, que se haga click en un nombre del móvil y suene su voz, aunque sea en la otra punta del planeta, me parece razonable. Lo que me hacía echar humo por la cabeza era cuando el teléfono iba sujeto a un cable. ¿Cómo? ¿Cómo viajaba la voz por aquel cable desde la pared, por postes de la luz (o de lo que fueran), para llegar a Argentina con solo unos segundos de retardo? Que gritabas: «¿Y vosotros que tal por ahí?» Y esperabas 7, 8, 9? y llegaba un ronco: «Pues nosotros bien. ¿Y vosotros?» Y con susto en la factura a final de mes, pero hablabas. Así funciona esta disfuncional cabeza mía: los satélites los entiendo; los cables, no.
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