De niña iba a comprar leche al colmado. Cruzaba los campos colindantes, separados por vallas de piedra y ya estaba. Nada de tetrabriks ni modernidades de esas. Nada siquiera de estas botellas de cristal vintage de las pelis americanas. No, iba con una lechera de un litro, de aluminio y con las abolladuras propias de los muchos años. Sé que no debería contar estas cosas, que mis hijos se aturden y me preguntan cosas como que si cuando era pequeña existían los coches, que les contesto simultáneamente que los desheredo y que ¡por supuesto que sí! Entonces ellos, viendo peligrar su ya de por sí flaca herencia, me dicen que tampoco me ponga así, que si había coches cómo es que nadie había inventado los tetrabriks.
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