Me ha llamado mi hija esta mañana para decirme que echa de menos al suyo. Ayer se marchó con su padre las dos semanas correspondientes de esta vida trashumante de las criaturas en custodia compartida.
Una modernidad necesaria, seguro, pero a la que nuestros corazones ancestrales no se han adaptado del todo. Aunque la de ayer era su enésima mochila, algo ha sucedido esta vez, que ya lo echa de menos.
La conozco como si fuera hija mía, así que no necesitaba de ese nudo en la garganta para saber el alcance de este echar de menos. Le he dicho —otra vez— que venga conmigo, hoy, ahora, aunque sea un par de días. Que hagamos esto o aquello. Porque —hay que ver lo que son las cosas— yo también la echo de menos… Cordones umbilicales mutados a cables de teléfono o hilos de WhatsApp.
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