Mis amigos se van de vacaciones. No a traición, todos juntos y sin mí, sino de un modo harto más complejo: por separado.
Cada verano igual y conociéndonos como nos conocemos aún siempre cae alguno despistado que me pregunta que y yo adónde me voy. «A ningún sitio», contesto tan pancha. «¿Y eso?» y yo, que podría decir que soy columnista y eso implica ser pobre y zanjar así el tema, les contesto una verdad que desconcierta: «es que soy ibicenca».
Y aunque esta idiosincrasia mía no es exclusiva de la isla blanca, sino que la comparte cualquier región española dedicada al turismo, la explico.
Pausa para contar una anécdota: Ayer fui a hacer una gestión a uno de esos últimos ejemplares de oficinas bancarias que ahora parecen más un Starbucks. Un mozuelo con un traje a presión que tendrá que cambiar con una semana más de gimnasio me pidió mis datos de pie desde su Ipad y dijo: «Ah, sí, oficina de Las Palmas». «¡No, por Dios! —repliqué yo— Oficina de ‘la otra Palma’; la de Mallorca». Sonrió lo poco que permitía la americana y añadió: «Sí, bueno, eso. No importa». «Tú procura que no te trasladen a Baleares o Canarias o verás que un ‘no importa’ es la manera más corta de enemistarte con dos archipiélagos».
Seguir leyendo en Diario de Ibiza