Hace algunos años, una víspera de San Juan, llevé a mis sobrinas a hacer la ruta del río de Santa Eulària. Tenían que encontrar todos los fameliars ocultos y como si fuésemos Calleja en el Annapurna, escalamos el Pont Vell arriba y abajo. Un acto que, de todos es sabido, solo los héroes pueden acometer. Allí les mostré las hendiduras de las piedras y les decía que, según se contaba, eran las huellas de los dedos del diablo, que fue quien construyó el puente en una sola noche. Ellas me escuchaban atónitas: «¿En una sola noche?» Y yo les explicaba que sí y que, en realidad, hay muchas construcciones aparecidas de la nada de un día para otro en Ibiza y que para todas ellas hay, por lo menos, una leyenda. «Otras veces, con suerte, varias, y eso nos permite escoger cuál preferimos creer».
Les contaba de un pobre enamorado (y al decir ‘pobre’ no me refiero a no correspondido, que ella le quería mucho, sino que no tenía un céntimo con el que agradar al padre de su amada), que negoció con el diablo para obtener riquezas con las que poder construir una casa, para demostrarle a su ansiado futuro suegro, que era digno de su hija. El diablo le encargó construir un puente sobre el río y a cambio del dinero, se llevaría el alma de la primera criatura que lo cruzara.
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